lunes, 19 de julio de 2010

Me quejo porque tengo derecho

¿Saben qué? Cada vez que escribo algo me pregunto si realmente tiene algún sentido,  si el orden predeterminado de mis letras formando palabras que representan conceptos universales organizadas en oraciones puntuadas correctamente transmiten realmente aquello que quiere salir de mi o solamente otro texto coherente de libre interpretación. Y es algo, que en mi opinión, deberíamos hacer todos cada vez que terminamos nuestras redacciones y especialmente las que hacemos públicas, pues cuando un lector entra en un texto puede envenenarse de simples prejuicios o rebozarse de nuevas ideas y sensaciones.

Como les digo, nada más terminar de escribir esto lo he leído mil veces y antes de publicarlo un millón más y lo hago porque es el deber que corresponde a mi libertad de expresión, exacto, aunque a veces se nos olvide, a cada libertad le corresponde un deber. En este caso el deber de asegurarme de que lo que digo no se malinterprete sino que el mensaje sea claro y conciso, sin espacios en blanco ni frases redundantes y vacías, de denunciar y criticar sin ofender ni discriminar a nadie, de aportar argumentos de autoridad lógica y ética, sin mentiras ni exageraciones ni supuestos.  Sin embargo, en ocasiones veo que a algunos sí se olvidan de revisar sus notas antes de lanzarlas en caída libre, me refiero a esos que presumen de tener licencia para informar, dar su opinión y matar las mentes más débiles. Me da pena como los medios de comunicación se contaminan de conjeturas y matices manipuladores, como personas que aunque se hagan pasar por humildes creen haber descubierto el mundo y que todos los demás debemos enterarnos de cómo funciona según él/ella, como se olvidan de que todos los que leen el periódico, el suplemento, oyen la radio o ven la tele no tenemos ni la mitad de los conocimientos necesarios para formar un buen criterio sobre lo que publican, o aun peor como se aprovechan de la debilidad de esta fracción de la ciudadanía del mundo para vendernos noticias falaces, ídolos e iconos sin identidad,  votos embaucados, basura rosa o simplemente teletienda de marca.

Si aun no se han enterado de lo que condeno es que soy tan culpable como los periódicos sensacionalistas que pintan las estadísticas de encuestas populares (en las que no participa el pueblo) con números psicológicamente trucados, mientras el de la acera de enfrente imprime como le da la real gana las declaraciones del político del periódico anterior. Tan culpable como los que lanzan palabras grandes para destapar una aguja minúscula y salpican a todo el pajar y se van tan anchos de espalda que dan sombra a una masa de seguidores que terminan de hostigar a los inocentes que no son responsables de que el infractor se disfrazase de inocente entre ellos. Tan culpable como los que tardan milésimas de segundo para atacar a su enemigo cuando el sol brilla en su frente pero que cuando lo enfocan a él pide pírdula y esconde sus armas para dar pena.

Yo por mi parte no tengo ningún interés político ni económico para recriminar a toda esta gente su actitud, solamente quiero defender mi dignidad de lector y ponerme a prueba como escritor. No acuso a nadie en concreto ni marco a los mediaos de comunicación como un sector denigrado solamente digo que existen ciertas manzanas podridas en la cesta. Tampoco le declaro la guerra a los que no opinan como yo, porque no afirmo solamente doy una opinión. Por lo que, si leyendo esto a alguien se le han puesto las orejas rojas y ha resoplado por cada una de mis acusaciones habré fracasado, sólo seré otro 007 bajo las ordenes de la corona de la multimedia porque si de algo soy culpable es de ser otro eslabón en la cadena de personas que cantan sus quejas y problemas pero que no somos capaces de actuar.