domingo, 13 de marzo de 2011

La historia de R. y Yo.

Estando solo y sintiéndose reflexivo, R., habla consigo mismo. Se dice dirigiéndose a un Yo incierto:

- Entre la espada y la pared me encuentro, acribillado por los caprichos del destino: de mi propio destino; del que construyo día a día con mis actos y sus respectivas consecuencias. Dudo. Dudo sí, dudo. No vivo, sino vivimos rodeados de mentira y opresión, somos la mitad de lo que pensamos ser; y a veces esa mitad se ve reducida a otra mitad, la cual compartimos con otra persona y, por tanto, con una verdad ciertamente problemática. Ciegos de amor y siervos de éste.  
Cuestionarse las cosas, los hechos, no es desde luego señal de una existencia, digamos, exitosa o de una vida llevadera, dichosa, feliz. El camino hacia la verdad es, efectivamente, todo lo contrario al camino hacia la felicidad. "Felicidad", que bien suena... bonito nombre. Me lastima, sin embargo, el verla tan lejos. No por ello soy un amargado, un renegado o un depresivo: soy realista. Y la realidad supone un descubrimiento y una investigación más o menos efectiva de la verdad: de esa otra mitad; la formada por espadas certeras, puntiagudas e impregnadas de sangre, cuyo metal opaco, aunque lúcido, refleja a imagen y semejanza el dolor personificado. Una verdad donde "todo vale", siempre y cuando ese "todo" conlleve la aceptación del todopoderoso interés de unos pocos poderosos.
¿Cuál es, pues, la razón de mi existencia? ¿Por qué sigo en pie? El mundo es un lugar por el que merece la pena batallar. Pequeñeces día a día álzanme una sonrisa, ya que así lo deseo; las aprecio. No es complicado verlas, aunque sí sentirlas e interiorizarlas... una caricia, un beso, un "hola, ¿qué tal?", un chiste. Saber disfrutar de estas aparentes nimiedades insignificantes y corrientes es, más que una recomendación, un estilo de vida, cuyas metas son ciertamente discutibles y complicadas.
La solución a todo este enigma es la más sencilla, como en la mayoría de ocasiones ocurre: mirar a la pared. Ignorar las espadas a tus espaldas. Ver, tan solo, bloques y más bloques unidos y pintados de blanco ignorancia. Una monotoneidad interesantísima a vista de una mayoría abrumadora que nos rodea. No sé qué le ven. No sé qué les atrae. Supongo que es precisamente lo que a mí me falta: felicidad.
Soy un preso. Preso de mí mismo. De mi inconformismo. Puede que sea un error. Todo depende.

Entonces, R., miró hacia abajo. No se sentía mohíno. Se encontraba, más bien falto de expresión. Blanco. Volvió en sí. Dirigió su mirada hacia adelante y observó cómo las espadas comenzaban a herirle de gravedad, con ataques constantes a la totalidad de su cuerpo; su pulso, sin embargo, no cambiaba ni de intensidad ni de frecuencia. La sangre corría por todo su cuerpo. Cualquier observador de tal acto quedaría atónito no solo por la crueldad de éste, sino por la negación de R. a oponer resistencia. Éste se apoyó en la pared, la cual quedaría bañada de rojo, sonrió y de su boca salió lo siguiente:

- Yo, vivir en un mundo paralelo es lo complicado; lo sencillo es hacerlo en uno para lelos: el nuestro. Tú decides.

R. no murió. De hecho, comenzaría a avanzar y no parecía que fuera a parar nunca. 

1 comentario:

Coach ATM dijo...

Abrumadorrrrrr
Me encantaría poder compartir ahora contigo alguno de esos pequeños detalles.
Un abrazo reparador!!!!