sábado, 11 de febrero de 2012

El Trato

Desperté en medio de una inmensa nada sobre una superficie de agua, lo único que me rodeaba era el horizonte. Al principio creí que flotaba en medio de un océano hasta que me di cuenta de que no estaba mojado y mi cuerpo no estaba dentro del agua sino sobre ella, sin hundirse. No había corrientes ni olas, el único movimiento del agua eran las efímeras hondas y salpicaduras que surgían cuando la tocaba. Sin embargo no era el insólito suelo lo que más me inquietaba sino que estaba tumbado entre el día y al noche, el cielo se dividía sobre mi. Cuando me incorporé, sobre el horizonte a mi espalda había un inmenso sol planeando y en el de en frente una luna igual de dilatada, como dos caras mirándose fijamente. El sol brillaba poco, con un dorado apagado, y la luna mucho pero a su alrededor no había estrellas sólo una ligera niebla. Estaba absorto, volví a tumbarme justo en medio de esa transición de cálida claridad a helada oscuridad, o al revés, no lo sé. Sólo había silencio hasta que se me escapó el susurro en un suspiro de aliento seco. – ¿Dónde estoy?

Estás muerto.- La respuesta fue como un golpe seco directo al oído, me hizo saltar como el martillo de un revolver. De dónde venía esa voz tan parecida a la de mi cabeza pero menos fría y más delicada, busqué en todas direcciones hasta que vi una silueta comenzar a aparecer de entre la niebla del hemisferio nocturno, enfoque mis párpados mientras la figura se aclaraba al acercarse al día. De pronto la reconocí, era ella. Su presencia me animaba pero aun no entendía nada y el hecho de que ella estuviera ahí mucho menos.
– ¡Qué! ¡Tú! También estás aquí, ¿cómo que muerto, qué es esto?
Digamos que estamos en el más allá.
Entonces también estás muerta.
No, yo sólo estoy… de visita.- Siempre he odiado que abusase del sarcasmo pero esta vez me daba la sensación de que hablaba en serio y cada vez que lo hacía más confuso me volvía yo. 
– ¿Qué? ¿Cómo?
Olvídate de los detalles por ahora, vallamos al grano. Estoy aquí para salvarte… si quieres.
 ¡Claro que quiero! Pero cómo y cómo puedes estar aquí si no estás muerta, no entiendo nada.
Tranquilo, respira, todo tiene explicación pero es un poco complicado. Me han dejado hacer una especie de “trato”, es una larga historia. Lo único que tienes que entender es que estamos en el limbo y yo puedo sacarte.
Pues a qué esperas, ¡vámonos!
No es tan fácil. Sólo puede salir uno.- Entonces se acercó y se tumbó a mi lado mientras yo la observaba con una mueca de preocupación e incomprensión. –Para que tú vuelvas a la vida yo tengo que morir.- Y anticipando mi evidente pregunta continuó tras otra pausa lo suficientemente corta para no dejarme reaccionar –Son las reglas del juego.
– ¿Qué juego?- Las palabras se caían de mi boca, no tenía fuerzas para luchar contra tantas dudas. Podía salvarme a cambio de su vida, qué juego era ese. Quería vivir pero no a ese coste, no era justo, no quería jugar a ese juego endiablado. –No, no puedo hacerte eso, no podría vivir con ello.
No digas tonterías. Si no quieres vivir que sea por una razón de verdad, yo también puedo decir que no soportaría vivir sabiendo que te podía haber salvado. Tú no me haces nada, es una decisión que debemos tomar ambos. Nadie elige venir al mundo y muy pocos deciden cuando y como dejarlo, nosotros tenemos la oportunidad de hacer ambas, de elegir vivir y morir porque de verdad queremos.
– ¿Pero por qué quieres morir?
No quiero morir, quiero elegir porque morir y quiero hacerlo aquí y ahora para salvarte a ti y no mañana por un accidente ni dentro de cincuenta años por un infarto o un cáncer.
– ¿Y por qué a mí?
Porque quiero que me prometas que si vives harás que merezca la pena, que encontrarás la verdadera felicidad y ayudaras a los demás a encontrarla.

Ya no me salían ni las preguntas. Ella ni se había inmutado mientras me hablaba simplemente permanecía con los ojos clavados en el cielo. Ambos nos quedamos mirando la infinita frontera que surgía de la colisión entre las luces y las sombras. No sé qué pasaría por su mente pero por la mía sólo se repetían sus palabras y lo segura que estaba de ellas. Pensé que quería que yo consiguiera algo que ella no había alcanzado, entonces la miré y me di cuenta de que estaba tranquila porque lo estaba haciendo, estaba  logrando hacer algo que de verdad merecía la pena para ella y para otros, algo que la hacía feliz de verdad. No quería dejarla morir por mi aunque la entendiera, si hubiese sido al revés yo también hubiera querido sacrificarme por ella pero no sé si habría tenido el mismo valor para ello. Finalmente me di cuenta de que tenía razón, era nuestra única oportunidad de elegir sin ningún tipo de condicionamiento, una decisión absolutamente libre, movida únicamente por nuestra voluntad y frente a las máximas consecuencias, ella quería morir por mí y yo quería vivir por ella, por conseguir lo que siempre habíamos buscado juntos. Le cogí la mano para sentir los últimos momentos junto a ella.

Lo dices como si fuera fácil.
Entonces, ¿estás dispuesto a hacerlo, quieres vivir?
– ¿Tú estás segura de que quieres morir?
Sí, de este modo sí.
De acuerdo, hagámoslo…